Thinking about: llegó la involución

En estos días londinenses de eles en la cama uno tiene tiempo para pensar. La cama da para mucho, pero, si además estás sólo, da para mucho más, al menos en determinados aspectos.

Abro esta página de reflexiones para mi, y ojalá que para mucha gente con ganas de conocer otros puntos de vista distintos a los suyos, o bien, con ganas de oír aquello con lo que está de acuerdo, pero con palabras diferentes.

Aún a sabiendas de que esto lo leeréis sólo los me conocéis, y por tanto, la mayoría pertenecéis al segundo grupo de posibles visitantes, me alegra empezar a escribir de nuevo. Me alegra tener la mente con ganas de pensar, de expresar y de hacer conocer, de abrirse, al fin y al cabo.

La involución del ser humano es evidente.

Esta semana, en estos días, he tenido la ocasión de tropezarme con distintas pruebas que no dejan lugar a dudas. Un museo, un documental, un compañero de trabajo.

El documental me recordaba la evolución de esos primeros homínidos que, toscamente, se decidían a bajar de los árboles, primero, y a conquistar el territorio conocido, después, con pequeñas armas de piedra. Poco a poco iban desarrollando destreza, inteligencia, emociones, sensibilidad, transcendencia. Su vida se hacía cada vez más compleja. Al mismo tiempo que su cerebro crecía, lo hacía su capacidad para relacionarse con otros de su misma especie, o incluso con otros homínidos cohetáneos y muy diferentes con los que compartían conocimientos y destrezas (Homo Sapiens y Homo Neardentalensis).

Después del descubrimiento de la agricultura, llegó el sedentarismo y con él un sinfín de cosas, entre las que me conviene destacar la religiosidad, el sentido de lo abstracto y lo sublime. También conviene recordar que la sociedad, y sus normas en forma de leyes, se fueron desarrollaron, y que el que no las cumplía no contaba con compasión alguna por parte del grupo.

Hace 50.000 años de la llegada al mundo del que conocemos como nuestro predecesor, el Homo Sapiens (ahora ya somos, o hemos sido hasta ahora, Homo Sapiens Sapiens). Pues bien, 50.000 años después de que éstos empezaran a crear las primeras reglas de convivencia, de que se empezara a crear un culto a los vivos más sabios, y a los muertos; 50.000 años después de que se empezaran a construir instrumentos musicales, adornos, exvotos, juguetes, o que se comenzara llorar de tristeza y a reír de alegría, llega un chaval de mi trabajo y pone reguetón, mientras friega platos con desidia, mientras mueve su cabeza pelada por Eduardo Manos Tijeras.

Mi jefe le pregunta que si conoce a John Lennon, y éste responde que le suena de algo.

El chico está ya crecidito, no tiene 10 años. De hecho está esperando un bebé. Pobrecillo. El bebé, digo.

Esta mañana (aquí viene el museo) llego a la National Gallery y me detengo en las salas sin rumbo ni orden, ni concierto.

Después de ver la exquisita sensibilidad, los matices de las obras de arte, la cantidad de artistas de calado que, sobre todo en determinadas épocas, se han desarrollado... Después de eso, que no deja de ser quizá lo más sublime que ha hecho el hombre, o al menos dentro de lo más sublime que ha hecho en estos 50.000 años de historia; después de eso, pienso en el reguetón, en mi compañero, en la cantidad ingente de personas que escuchan y disfrutan esa música, y me pregunto si no estaremos involucionando.

El ser humano se desligó del mundo animal porque fue capaz de desarrollar destrezas físicas, sociales y emocionales. Por su capacidad de esfuerzo y sacrificio, de adaptación. Fue capaz de ponerse a trabajar haciendo piedras punzantes y cortantes, y lo hizo por mejorar su calidad de vida. Si se golpeaba un dedo, continuaba adelante.  Lo hacía porque sabía que ese sacrificio merecía la pena. Desarrolló un sentido estético y ascético, porque eso le ayudaba a comprender, aceptar, regular y amar el mundo en el que vivía y a los que lo rodeaban.

Hoy, el sentido estético en su sentido más amplio, es obvio que está en grave riesgo. Las emociones se esconden. El sacrificio no tiene premio. Hacemos lo que los animales: comemos lo que nos apetece, aunque no nos convenga a nuestro organismo, priorizamos lo inmediato a lo por venir, y lo que es peor, pensamos que es imposible cambiar lo que nos rodea. Como los animales, nos sentimos cada vez más medrosos de perder lo poco que tenemos, nos volvemos territoriales y excluyentes.
Imponemos un liderazgo basado en el sometimiento del más débil. Hacemos lo que nos apetece cuando nos apetece, aunque muchas veces sepamos que eso no nos lleva a gran cosa.

Involución: retroceso en la marcha o evolución de un proceso.

El hombre de Neandertal no evolución y se extinguió, mientras que su primo, el Sapiens, sí que lo hizo y dominó y cambió la faz de la tierra.

Pues eso. Sin dramatismos, pero ya os digo que nos vamos al carajo y no duramos otros 50.000 años.









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